En un predio tomado en Budge ya se instalaron 15 mil personas
LA SITUACION HABITACIONAL: UN ENORME TERRENO DE 110 HECTAREAS, UBICADO APENAS A DIEZ CUADRAS DEL PUENTE DE LA NORIA, EN LOMAS DE ZAMORA
Fue ocupado hace 60 días, en una toma sin precedentes. Ya lo dividieron en 96 manzanas con 42 familias en cada una. El Ejército les lleva agua y sólo unos pocos pudieron engancharse a la luz. Todos defienden sus "terrenitos" con guardias.
Por: Nora Sánchez
Un 17 de noviembre de 1972, Perón volvió al país por primera vez tras 17 años de exilio. En esa misma fecha, tan simbólica para la liturgia peronista, el año pasado ocurrió un hecho llamativo. En la madrugada, 10 mil personas tomaron un predio de
En la zona lo llamaban "Campo de Tongui", más de cien manzanas de tierras bajas, abandonadas desde hace décadas. "Era tierra de maleantes -dice Rosa Cabrera, chilena y de 54 años-. Bajaban avionetas con droga, tiraban muertos, violaban mujeres. Los vecinos nos cansamos y las tomamos. Alquilo por $ 250 una pieza acá en Budge, donde vivo con mis cuatro hijos. Cuando me enteré de que estaban entrando, le pedí ayuda a mi yerno para tener un terrenito. Fui una de las primeras en llegar".
Nadie sabe quiénes tomaron la iniciativa de ocupar el predio. Como Rosa, muchos vecinos de Budge y hasta de La Matanza, otro partido de raigambre peronista, se enteraron porque alguien "les avisó". Otro vecino, un pariente, un conocido. Como ella, la mayoría vivía hacinada en una pieza, con sus hijos y los hijos de sus hijos.
Hoy en el barrio hay 96 manzanas con unas 42 familias cada una. Rosa conserva su pieza, pero duerme a la intemperie en "su terrenito", en una silla playera. "Tengo que cuidarlo para que no me lo saquen", explica mientras revuelve una gran olla donde hierve un guiso de fideos. Es que tres días después de la toma, hubo un violento intento de desalojo, frenado por un amparo. Los vecinos cortaron el Camino Negro hasta que desde el Municipio, la Provincia y la Nación les prometieron que negociarían con los dueños la compra del lote para viviendas. "Me puse tan contenta que quise hacer un comedor y hoy vienen 200 chicos", dice Rosa y revuelve una vez más su olla, nutrida de las donaciones de "unos estudiantes de La Plata y la comisión de vecinos del barrio".
El miedo al desalojo no es el único motivo por el que los ocupantes vigilan sus terrenos. En el barrio, comentan que hay quienes aprovechan la situación para "hacer negocio", presionan a la gente para que se vaya y venden los terrenos por hasta $ 6.000. Incluso, algunas noches, alguien hace correr el rumor de que hay que irse porque es inminente el desalojo. Por eso, en la mayoría de los terrenos hay carpas o casetas improvisadas con lonas o viejos carteles, donde los ocupantes marcan presencia en "su tierra". A la noche encienden fogatas y charlan hasta que los vence el sueño. Muchos dejaron sus trabajos para poder quedarse.
"Este asentamiento se armó en forma espontánea y no se venden terrenos", jura Daniel Chamorro, que junto a su hermano Olegario forma parte de la comisión central del barrio. Los Chamorro, de extracción peronista y autoproclamados independientes, ya participaron en otras tomas en Lomas. Como la de Budge sur, en los 70, según dice orgulloso Olegario.
Sólo unos pocos vecinos pudieron comprar cable para engancharse a la luz. Como Eugenia Olmedo, de Paraguay, que ya vive en el lugar con su marido y sus cinco hijos, de entre 5 y 14 años. Todos duermen en una casilla de madera: apenas caben en una cama de dos plazas y tienen una cocina con garrafa, donde ella prepara un guiso de polenta. "Primero nos instalamos en el área de los bolivianos, pero ahora nos estamos acomodando en esta parte, donde vivimos los paraguayos", cuenta.
Como no hay cloacas, el baño son letrinas comunitarias o pozos al abrigo de lonas. Tampoco hay agua. Apenas una manguera tendida por los vecinos y con poca presión. La situación es tan extrema que la Comisión Nacional de Tierras para el Habitat Social, una dependencia de la Jefatura de Gabinete de la Nación, acordó con el Ejército el reparto de
Teresa Villalba y su hija Paola, de 11 años, hacen tiempo sentadas en el esqueleto de su futura casilla. "Mi hijo Rubén se queda a la noche y yo a la tarde -dice-. Contratamos a un señor que nos está armando la casa con maderas que sacamos de un volquete". La espera es difícil: el sol es más despiadado con los que no tienen techo.
Clarin - Edición Domingo 25 de Enero de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario